sábado, 22 de marzo de 2008

The last days of pisco

El título, por supuesto, es un guiño a la película “The last days of Disco”, que protagonizan las muy apetecibles Kate Beckinsale y Chloe Sevigny, y no pretende preludiar alguna perorata en contra del excelente momento por el que pasa nuestra deliciosa bebida de bandera. El título, querido lector, quiere más bien dar pie, en esta página de confidencias e infidencias, a la historia de un amor breve pero tormentoso entre este pechito y el mejor fruto de las vides.

Antes que nada debo decir que no fueron fáciles nuestros primeros encuentros: primero debimos quitarnos de la boca el sarro del licor ese que preparan don Alfredito Mayorga y otros afanosos allá por tierras morinas. Tuvimos que aprender que existían uvas pisqueras y otras que no lo eran, y tuvimos que –deliciosamente- descubrir sus variedades de puro, italia, acholado y mosto verde … y porqué a los tres primeros –“bombas” mediante- se les conoce como caballero, señorito y mechador. Y descubrimos que con el Pisco podían prepararse delicias como el Pisco – Sour o la Algarrobina … pero siempre nos pareció un sacrilegio eso de mezclarlo, y lo disfrutábamos puro en nuestros sabatinos “acholamientos”, con más arrobos y pasión que cualquiera.

Y así estuve, perdido primero entre Queirolos y Ocucajes, y totalmente deslumbrado luego con los Gran Cruz, Tres Generaciones y la maravilla de los Viejo Tonel, feliz como una lombriz. … hasta que un día (un aciago día) descubrí que una impertinente somnolencia me empezaba a acechar en lo mejor de los brindis, y que el pescuezo se me iba tercamente a un lado sin que pudiera hacer nada para evitarlo … y que ahí sí se me terminaba la noche, prematura y vergonzosamente. Entonces caí en cuenta que el brío de sus 43 grados, como una amante fogosa, estaban arrasando conmigo, y ya fuera por edad, carga laboral o lo que fuera, “la quebranta” quebrantaba en exceso mi cuerpo y alma, a diferencia del grupo de amigos, y me exponía a penosos espectáculos fuera de tiempo y lugar.

Así, tratando de “no perder el paso”, caí primero (¡maldita herejía!) en la hipocresía de la Ginger Ale (el famoso ‘Chilcanito’), traté de dosificar las dosis … e inclusive me obligué a una lucidez a ultranza que me hacía abrir los ojos como alucinado … pero ¡nada! Ya estaba cantado nuestro adios, que dejo sentado en estas páginas, así como mi humilde retorno a los 4 grados de la inocua y refrescante “chelita”.

Y sin embargo, algo me dice que no este un adiós definitivo, y que quizás algún domingo durante el almuerzo o talvez en alguna cena con los amigos, volveré furtivamente a mi riquísimo pisco, subrepticiamente y con máximos cuidados, como quien torna a las puertas de algún amor prohibido cuyas delicias jamás se podrán olvidar.

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