Aquel día sentí cada
palabra tuya como un disparo. Hoy, que recuerdo ese momento, pienso más bien en
la seguridad que te dominaba, tu serenidad tras cada afirmación, casi, casi
como si hubieras ensayado frente a un espejo como romperme el corazón. Tus
justas expectativas personales, me dijiste. Claro, eso. Tus justas expectativas
personales. Tú eras demasiado joven, te quedaba demasiado por vivir y yo no era
nadie para pretender ponerle cortapisas a tu vida. Ni yo ni nadie en realidad,
porque ya estaba bueno con eso que te decía todo el mundo, que tu hijo y tanta
cosa. Al final los hijos crecen y una se queda con la vida truncada. Debía
entender que esto se acababa pa-ra-siem-pre y ya, ya, ya estaba bueno también con
mi chantaje sentimental. Mi chantaje sentimental, ahora creo entenderlo, serían
mi cara triste, mi desconcierto. Pero, ni hablar, ya estaba todo dicho. Media
vuelta derecha, el viejo saurio recogió su cola y se fue de tu vida para
siempre.
Ojalá tú también te hubieras ido de la mía. 19,000
días y 5 millones de noches son testigos de mi desesperación, así como todas
esas canciones que ya no quiero volver a escuchar y todo el trago que no puedes
imaginar. Siempre tratando de olvidarte, escapando de los amigos comunes y de
cada noticia de ti, rogando que el Doctor Tiempo hiciera su trabajo.
Por eso fue tan
especial y extraño volver a verte así, después de tanto tiempo, de golpe y
casualidad en ese Bar.
Una mano en alto que
sacudía un saludo desde la mesa al fondo del local, una sonrisa en medio de un
montón de ternos ¿Compañeros del trabajo? Y tú, finalmente, acercándote medio
tambaleante, con algún traguito de más, vamos. ¿Que qué había sido de mi vida?
Todo excelentemente bien ¿Y la tuya también? Por supuesto, todo de maravilla y
un festival de mentiras compitiendo por a quién le había ido mejor.
Ni hablar, qué bueno,
qué bien, y mientras el tipo allá al fondo que casi te llama a gritos, tu
“amigo” que seguramente no desperdiciaría la oportunidad de volverse tu enemigo
apenas los tragos lo permitieran, se decide si venir a llevarte o no, una
despedida fría y tristísima, el ‘Cuídate mucho’ más sincero de mi vida y tus
ojos, unos ojos que gritan tristeza y soledad y que definitivamente esto no
tiene nada que ver con tus justas expectativas personales.
Y me voy, con el
corazón incólume, cierto, pero con esa mirada tuya… y con las ganas de haberte deseado
tantas cosas buenas y de explicarte todo eso que ya en su momento entenderás: Que
mientras los buenos tiempos llegan hay que sonreír con la sonrisa del boxeador,
que cuando más duro es el golpe que recibe, más grande es… y levantar los
brazos mientras caes en la montaña rusa de la vida. Darte, en fin, unos
consejos del mejor. Es que, tal y como yo mismo aprendí durante esas noches en
que enterraba la cara en la almohada, mordiéndome los labios para no gritar tu nombre
comprendiendo que no volverías más, esto de amarrarse el corazón y seguir
adelante no es más que un juego, preciosa… pero un maldito juego que sólo los
solitarios sabemos jugar.
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