Se conocieron en un bar del centro de la ciudad. Él tenía una pelada y un segundo libro de poemas incipientes, ella la mitad de su edad. A él lo acompañaban un par de amigos, ella estaba con dos ‘amix’. Él le sonrío y ella hizo XD. Pronto estuvieron conversando en una dimensión aparte, en una burbuja de aire que esa música escandalosa no conseguía romper. Él le habló de Morrisey y The Smiths, ella le respondió, emocionada, con un mantel de chifa que tenía de Led Zeppelin y de The Police. Él, medio borracho, vislumbró sin embargo por donde iba la cosa y le contó del poemario que tenía atorado porque estaba en un periodo ‘de prosa’ (de Prozac, más bien, dijo para sus adentros y se rió solito), ella le contó ruborizada de sus poemas, de lo que había escrito en ‘su Hi5’. Él miró sus ojos castaños, sus bucles negros y sólo dijo la verdad cuando pronunció ¡que hermosa eres!, ella cerró los ojos y antes de darle sus labios susurró ¡TKM!
Él despertó como al mediodía siguiente pensando en la chibola riquísima que se había ‘chapado’ la noche anterior y lleno de curiosidad entró a Internet y se inscribió en el dichoso Hi5 ese del que le había hablado y buscó la página donde ella había colgado sus poemas.
Hay errores y horrores pero no hay que abusar, carajo. Francamente un ¿poema? Lleno de ‘kes’ por decir ‘que’ le pareció excesivo ¿Y qué serían esas cosas? ¿gritos? ¿expresiones de rabia? ¿Y en que idioma estaban escritos?
Tomó impulso, sin embargo, en la rara sensación que le dejó la lectura y mirando la foto de ella que acompañaba los “poemas” (estaba buena, de verdad, aún con ese chullo grandazo que casi no dejaba ver que estaba en Machu Picchu) la llamó a su celular venciendo eso que le hacía odiar el teléfono y que no quería llamar timidez. Conversaron: Que como estaba, que bla, bla, bla, que había entrado a su página, que había leído los poemas: bacanes, bacanes, que tenían un montón de cosas que conversar, que se verían a las ocho. Bacán.
Comieron algo en una anticuchería y fueron luego a tomarse un trago a un bar cercano. Ya medio ‘picaditos’ y hablando de todos los temas absurdos habidos y por haber decidieron ir a caminar al malecón.
Allí, arrobado con esa sonrisita tan dulce que lo atravesaba, quiso contarle en un momento que ante la angustia de la hoja en blanco o cuando sentía el nudo horrible ese en el pecho que lo dejaba sin ideas ni palabras repetía el poema de Eielson que decía “ayúdame cielo de tinta azul…”, y quiso también contarle que había escrito un vals que un amigo suyo había musicalizado y que cantaba con sus patas cuando estaba borracho… pero le pareció cojudísimo hacerlo y siguió hablando de naderías y hasta tuvo que poner cara de intelectual y reprimir la risa cuando ella le preguntó: ¿Tú crees en el ‘Código Da Vinci’?
Y siguieron caminando por el malecón y casi sin darse cuenta se tomaron de la mano y un rato después, junto a un farolito, se abrazaron al fin y se besaron. Y siguieron besándose y besándose hasta llegar a un hotelito destartalado.
Y allí, echado sobre ese cuerpo hermoso y tibio que latía a su merced, tenso y suave a la vez, inundado de ese aroma riquísimo, ya no pensó en la luna que sonrojada se escondía ni en las estrellas que azules tiritaban a lo lejos. No. Pensó más bien que mañana temprano tendría que conectarse y chequear bien, averiguar a fondo, caray, sobre todas las satisfacciones que le podría deparar esa maravilla del Hi5.
Él despertó como al mediodía siguiente pensando en la chibola riquísima que se había ‘chapado’ la noche anterior y lleno de curiosidad entró a Internet y se inscribió en el dichoso Hi5 ese del que le había hablado y buscó la página donde ella había colgado sus poemas.
Hay errores y horrores pero no hay que abusar, carajo. Francamente un ¿poema? Lleno de ‘kes’ por decir ‘que’ le pareció excesivo ¿Y qué serían esas cosas? ¿gritos? ¿expresiones de rabia? ¿Y en que idioma estaban escritos?
Tomó impulso, sin embargo, en la rara sensación que le dejó la lectura y mirando la foto de ella que acompañaba los “poemas” (estaba buena, de verdad, aún con ese chullo grandazo que casi no dejaba ver que estaba en Machu Picchu) la llamó a su celular venciendo eso que le hacía odiar el teléfono y que no quería llamar timidez. Conversaron: Que como estaba, que bla, bla, bla, que había entrado a su página, que había leído los poemas: bacanes, bacanes, que tenían un montón de cosas que conversar, que se verían a las ocho. Bacán.
Comieron algo en una anticuchería y fueron luego a tomarse un trago a un bar cercano. Ya medio ‘picaditos’ y hablando de todos los temas absurdos habidos y por haber decidieron ir a caminar al malecón.
Allí, arrobado con esa sonrisita tan dulce que lo atravesaba, quiso contarle en un momento que ante la angustia de la hoja en blanco o cuando sentía el nudo horrible ese en el pecho que lo dejaba sin ideas ni palabras repetía el poema de Eielson que decía “ayúdame cielo de tinta azul…”, y quiso también contarle que había escrito un vals que un amigo suyo había musicalizado y que cantaba con sus patas cuando estaba borracho… pero le pareció cojudísimo hacerlo y siguió hablando de naderías y hasta tuvo que poner cara de intelectual y reprimir la risa cuando ella le preguntó: ¿Tú crees en el ‘Código Da Vinci’?
Y siguieron caminando por el malecón y casi sin darse cuenta se tomaron de la mano y un rato después, junto a un farolito, se abrazaron al fin y se besaron. Y siguieron besándose y besándose hasta llegar a un hotelito destartalado.
Y allí, echado sobre ese cuerpo hermoso y tibio que latía a su merced, tenso y suave a la vez, inundado de ese aroma riquísimo, ya no pensó en la luna que sonrojada se escondía ni en las estrellas que azules tiritaban a lo lejos. No. Pensó más bien que mañana temprano tendría que conectarse y chequear bien, averiguar a fondo, caray, sobre todas las satisfacciones que le podría deparar esa maravilla del Hi5.
1 comentario:
lea http.//www.notifarandulera.blogspot.com
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