jueves, 15 de enero de 2015

Only the lonely

Aquel día sentí cada palabra tuya como un disparo. Hoy, que recuerdo ese momento, pienso más bien en la seguridad que te dominaba, tu serenidad tras cada afirmación, casi, casi como si hubieras ensayado frente a un espejo como romperme el corazón. Tus justas expectativas personales, me dijiste. Claro, eso. Tus justas expectativas personales. Tú eras demasiado joven, te quedaba demasiado por vivir y yo no era nadie para pretender ponerle cortapisas a tu vida. Ni yo ni nadie en realidad, porque ya estaba bueno con eso que te decía todo el mundo, que tu hijo y tanta cosa. Al final los hijos crecen y una se queda con la vida truncada. Debía entender que esto se acababa pa-ra-siem-pre y ya, ya, ya estaba bueno también con mi chantaje sentimental. Mi chantaje sentimental, ahora creo entenderlo, serían mi cara triste, mi desconcierto. Pero, ni hablar, ya estaba todo dicho. Media vuelta derecha, el viejo saurio recogió su cola y se fue de tu vida para siempre.

  Ojalá tú también te hubieras ido de la mía. 19,000 días y 5 millones de noches son testigos de mi desesperación, así como todas esas canciones que ya no quiero volver a escuchar y todo el trago que no puedes imaginar. Siempre tratando de olvidarte, escapando de los amigos comunes y de cada noticia de ti, rogando que el Doctor Tiempo hiciera su trabajo.

Por eso fue tan especial y extraño volver a verte así, después de tanto tiempo, de golpe y casualidad en ese Bar.

Una mano en alto que sacudía un saludo desde la mesa al fondo del local, una sonrisa en medio de un montón de ternos ¿Compañeros del trabajo? Y tú, finalmente, acercándote medio tambaleante, con algún traguito de más, vamos. ¿Que qué había sido de mi vida? Todo excelentemente bien ¿Y la tuya también? Por supuesto, todo de maravilla y un festival de mentiras compitiendo por a quién le había ido mejor.

Ni hablar, qué bueno, qué bien, y mientras el tipo allá al fondo que casi te llama a gritos, tu “amigo” que seguramente no desperdiciaría la oportunidad de volverse tu enemigo apenas los tragos lo permitieran, se decide si venir a llevarte o no, una despedida fría y tristísima, el ‘Cuídate mucho’ más sincero de mi vida y tus ojos, unos ojos que gritan tristeza y soledad y que definitivamente esto no tiene nada que ver con tus justas expectativas personales.


Y me voy, con el corazón incólume, cierto, pero con esa mirada tuya… y con las ganas de haberte deseado tantas cosas buenas y de explicarte todo eso que ya en su momento entenderás: Que mientras los buenos tiempos llegan hay que sonreír con la sonrisa del boxeador, que cuando más duro es el golpe que recibe, más grande es… y levantar los brazos mientras caes en la montaña rusa de la vida. Darte, en fin, unos consejos del mejor. Es que, tal y como yo mismo aprendí durante esas noches en que enterraba la cara en la almohada, mordiéndome los labios para no gritar tu nombre comprendiendo que no volverías más, esto de amarrarse el corazón y seguir adelante no es más que un juego, preciosa… pero un maldito juego que sólo los solitarios sabemos jugar.

lunes, 11 de enero de 2010

Ya no te gusta

Yo te conocí, claro, el mismo día que conocí a Mariana ¿recuerdas? Ella estaba en sus quince o dieciséis, flaquita, guapísima, naricita respingada al aire y esas maneritas que le daban un aire de agrandada para su edad. Tú tendrías ¿doce?¿trece? Y eras la amiguita pequeña que ella llevaba a todas partes. Sí, a todas partes porque en esos meses que anduvimos de enamorados con Mariana creo que estuviste presente en cada visita a la fuente de soda y al cine y en cada caminata por el malecón. Claro, claro, amor de chibolitos, matinées, juramentos vanos y copas D’onofrio al por mayor… Hasta que Mariana partió al extranjero con sus padres, yo viaje a Lima poco después a seguir mis estudios universitarios y no volví a saber de ti.

Por eso me sorprendió y me dio mucho gusto ver tu solicitud de amistad en el Facebook hace unos meses. Te recordaba como una adolescente toda pecas y trenzas y allí estabas en tu foto como una señora joven muy guapa y sofisticada, viviendo ahora en el extranjero. Vancouver nada menos. Nueva vida, nueva ciudad, nuevos amigos, un matrimonio fallido y una hijita idéntica a ti.

Tú ya sabes como es mi nota en el Facebook: tipo blog. No escribo estados sino “posteo”, lo lleno todo de enlaces y videos y copio todo lo que me parece interesante de todos lados. Tú tampoco te quedas atrás, ah. Pero no con los links sino con las aplicaciones: pregúntale a la tía tal, la frase de cual, o tu futuro según Dios sabe quien.

Fue bacán por eso que desde el primer día empezaras a comentar mis fotos y enlaces y a poner tus “me gusta” a todos mis videos, y también que me mandaras mensajes directos largazos contándome tu vida, haciéndome recordar tantas cosas de la loca de la Mariana que sí, pues, se notaba que había sido una influencia importantísima en tu vida.

Y bacán fue sin duda haber seguido así por meses. Yo ya me había acostumbrado a encontrar un montón de notificaciones tuyas al abrir el Facebook y no te miento si te digo que empecé a volverme adicto a eso: a tus comentarios en absolutamente todo lo que yo afirmaba, a saber tu opinión sobre las canciones que enlazaba, a saber que te ponías triste conmigo o te alegrabas por las cosas que me pasaban… y sobretodo quedé atrapado en tus guiños y “emoticones” y en tus Hahaha! que me hacían imaginar una risa hermosa y cantarina que lo llenaba todo. Y ¿sabes? empecé a disfrutar el vagabundear por tu perfil, pasarme horas viendo tus fotos, aprendiendo de ti, imaginando tus maneras, tu soledad en la casa inmensa frente a un lago en que vivías y en la quedabas triste cada vez que tu hija se iba con su padre.

Por todo eso debe haber sido que ese viernes que volví tarde a mi propia casa vacía, después de unos tragos en el centro con los amigos, fui directo a enviarte ese mensaje largísimo en el que te decía de una vez por todas que sí, pues, que me encantaba saber de ti, que estaba loco por todo lo que tenía que ver contigo y con tu carita preciosa y que rogaba por el milagro que algún día, algún día nuestras vidas, nuestras soledades, se encontraran, mi amor.

Al día siguiente, tan pronto recordé el mensaje, corrí a leerlo y allí estaba: largísimo y confesional. Pero ya, ya está, ya se lo dije, pensé. Tres, cuatro días pasaron sin tener noticias de ti… y cuando ya estaba convencido de la estupidez que había cometido recibí aquel mensaje tuyo.

Que te disculpara, empezaste diciendo, por esos días en que no había tenido noticias tuyas, es que habías estado súper recargada de trabajo y viajando, pero que aquello te había servido para ganarte unos días de vacaciones. Y claro, claro, habías leído el mensaje… y definitivamente yo era un tontito ¿No lo había notado nunca? ¿No sabía que desde aquellos lejanos tiempos de Mariana había sido tu amor platónico? ¿Qué todo este contacto epistolar/feisbuquero reciente había revivido esa incipiente llama adolescente? ¿¡No me daba cuenta que estabas loca de amor por mí!? No había nada más que decir, el próximo mes, durante la semana de vacaciones que habías conseguido, viajarías de vuelta al Perú para encontrarnos, para estar juntos por fin, mi vida.

El mes que transcurrió desde entonces fue de lo mejor: nos enviábamos varias veces al día mensajes súper románticos y enlaces a las canciones más empalagosas que encontrábamos… y planificábamos todo lo que haríamos en tu semana de vacaciones. Viajaríamos, claro, y compartiríamos todo ese montononón de cosas que nuestro amor nos reclamaba. Sería el comienzo de una vida. Juntos.

Por eso, aquel día que llegaste de regreso luego de casi 20 años fui a verte a casa de tus padres como habíamos acordado, presto para una velada súper romántica. Y sin embargo fue el mirarnos directamente a los ojos lo que nos hizo darnos cuenta de lo absurdo de la situación.

Las fotos del Facebook dicen mucho pero son simplemente eso: fotos. Y las rayitas y puntitos simplifican mucho la conversación pero no dicen nada. ¿Qué hacía yo allí frente a esa señora tan guapa a la que casi no conocía? ¿Podría decirte “me gusta” y salir corriendo? Otro tanto te pasaba a ti, lo sé, porque bajaste los ojos avergonzada y casi no dijiste palabra mientras conversaba con tus padres. ¿Y ustedes, no iban a salir? Preguntó finalmente tu madre. La verdad es que no queríamos quedarnos solos. Y así seguimos en el restaurante de carnes y en la Discoteca, callados, mirándonos apenas, haciendo sólo referencias de vez en cuando a Mariana y a aquel tiempo lejano que no tenía nada que hacer con nuestro presente… hasta que me dijiste que habías visto a unos amigos que ibas a saludar “un ratito” y volvías. Casi te lo agradecí, de verdad, sobretodo cuando pasó media hora, una hora, y comprobé aliviado que no volverías más.

Y sin embargo ahora pienso que fue una pena que todo haya acabado así: contigo cortando abruptamente tus vacaciones y volviendo a tu casa enorme frente al lago y borrándome del Facebook como si así pudieras borrarme de tu vida. Por eso te escribo estas líneas que quizás te llegue a enviar, no lo sé… Finalmente ¿No crees como dice alguna de las aplicaciones esas con las que llenabas tu perfil que “los viejos amores nunca se olvidan”? Yo por mi parte cada vez estoy más convencido que, tal como me dijo Mariana mientras me acariciaba el rostro la última tarde en que nos vimos, anunciando que se iría para siempre de mi vida, el amor cuando es verdadero no desaparece, vive para siempre contigo en algún rinconcito de tu corazón.