domingo, 30 de agosto de 2009

Madame Kalalú y el Twenty One

Dicen que el que se quema con leche ve una vaca y llora… y que no existe corazón traidor a su dueño. Dicen, dichos, sabiduría encapsulada, pulida por el paso del tiempo y esmaltada con sangre de corazones rotos. Pero dicen también (y me consta) que nadie aprende en cuerpo ajeno. Por eso, cuando el amor se nos desencarriló por un momento que creímos eterno y sentimos que la vida se nos caía a pedazos, el bálsamo ofrecido por una mano joven y bella se volvió oferta difícil de rechazar … y allí fuimos, pretendiendo que nuestro viejo corazón aprendiera trucos nuevos.
Sé que muchos deliran con la canción 40 y 20 y no quiero parecer el despechado maldito contrario a las relaciones con diferencia de edad. Sólo permítanme la liberadora experiencia de poner esto en negro sobre blanco de una vez por todas y desatarme un nudo en el corazón por el bien de mi presión sanguínea.
Ella no tenía todavía 20 años y estaba “en su delirio” como dice el Sr. Rosero en su muy afamada canción. Yo ya la conocía por referencias de lejanos familiares comunes (¡muy lejanos, tampoco juzguen mal!) y la empecé a tratar en una especie de pollada dominical. Estaba preciosa… de eso no cabe duda y aunque por edad nos separaba la distancia que va de Joaquín Sabina a RBD y por gustos la de Coldplay al Grupo 5, quiero creer que hicimos nuestro mayor esfuerzo. Ella me buscaba y llamaba, yo la llamaba y trataba de buscarla, diariamente. Incluso alguna vez nos reclamamos el no habernos llamado durante todo un día. Y así íbamos, tratando de crear una relación o algo parecido que yo sentía con calidad de inminente, de irremediable, de inquebrantable… Hasta que… Hasta que se le ocurrió aparecerse frente a mí de la mano del pobre diablo ese que no la merece. Y se le veía feliz y radiante.

“¡Pero si nosotros somos excelentes amigos!”– me dijo una vez que la encontré sin proponérmelo y me sonó como cuando hace muchos años en un lejano lugar una carita preciosa me dijo: ”¿Sabes? a mí no me gustan los chicos guapos”, sonriéndome como si me estuviera dando un regalo.
Por eso hoy, lleno de turbación y desconcierto, sólo quisiera pedirles un favor: Si alguna vez ven una preciosura de rostro angelical y cabello negrísimo, con una sonrisita que brilla más que mil soles y una mirada capaz de cambiarte la vida para siempre, explíquenle, por favor, porqué después de mi llamada borracha, absurda, estúpida, sórdida, ridícula, borracha del día de año nuevo no he vuelto a marcar su número jamás.

miércoles, 17 de junio de 2009

¿Te acuerdas?

Antes mi auto no era negro sino blanco… y estaba tan viejo que el marcador de gasolina ya no servía y no había plata, tiempo ni ganas de arreglarlo, pero tenía unos excelentes amigos que me ayudaban a empujarlo cada vez que se quedaba tirado en cualquier sitio sin combustible y había que hacer maravillas para que volviera a arrancar.

¿Y te acuerdas? Una noche, tarde, se quedó botado mi auto en la zona más desolada de los pantanos y te quedaste llorando de miedo a esperarme que volviera con la gasolina… y recuerdo que cuando volví me abrazaste fuerte y me pediste que nunca, nunca te volviera a dejar sola. Pero lo hice. Y tantas veces que una vez fuiste a esperarme a que saliera del trabajo con mi chiquitín en brazos para que no te dejara sola una vez más. Pero lo seguí haciendo. Y tantas y tantas veces que finalmente fui yo el que se quedó solo.

¿Dónde estará mi toyotita blanco del 86?

¿Dónde estarán esos incomparables amigos?

¿Dónde estarás hoy?

Sé que antes tenía todas esas respuestas. Hoy ya no sé nada.