El Cholo Vallejo decía que él nunca tendría la edad de su madre. Yo, pensando en mi padre, podría suscribir esa afirmación.
Y no sólo porque siento que difícilmente llegaré a los señeros 80 de mi viejito (que ruego a Dios sean 50,000) sino porque, como Vallejo, creo que jamás tendré la firmeza, el aplomo y la seguridad de mi padre en el cumplimiento de su “misión”, la seguridad sin resquicios de duda y casi dictatorial con la que nos dominaba a todos sus hijos con una sola mirada y nos ponía a temblar, sentados a la mesa, con un leve rictus de sus labios. No, yo no. Yo, que me juego a los ‘chaplines’ y a las ‘ganadas’ en el Nintendo Wii con ese par de ‘chinitos/gringos’ preciosos que son mis hijos, para quienes debo ser algo así como su ‘punching ball’ favorito, no. Ni hablar.
Y conmigo, siento que toda mi generación: todos esos chiqui – viejos, esos niños grandes que o acabamos de cruzar el umbral de los cuarenta o estamos a punto de hacerlo y somos estos papás “melosazos” y llorones, que por cualquier cosa agarramos a besos a nuestros hijos y estamos más atentos que ellos para descubrir cual es la última del Universo Marvel o lo que ‘raya’ de la DC Comics, todos esos que a contra corriente de lo que según algunos sería “la” música de “nuestra época”, solapa y sin que nadie nos vea, nos ponemos a cantar a gritos una canción de Panda en el carro o nos sacudimos ante algún reggaetón de moda.
Es que es diferente nuestra generación: hemos vivido etapas de grandes cambios, las grandes revoluciones mediáticas y, entonces, sentimos que nada de este mundo moderno nos es ajeno
Mis más antiguos recuerdos, por ejemplo, tienen que ver con la TV, con la candida y pujante televisión en blanco y negro de mi niñez y con “los rollos” que enviaban desde Lima (con comerciales y todo) para su irradiación en Chimbote exactamente una semana después de su transmisión en vivo. Entonces un solo canal emitía su señal en nuestra Ciudad, Panamericana, y la eventualidad de viajar a Lima tenía el ingrediente espectacular de ver televisión “actual”, y mientras nuestras madres disfrutaban los más recientes capítulos de “Simplemente María” o “Los Hermanos Coraje” –que ya contarían a sus amigas en que andaba la cosa al volver a Casa-, nosotros nos gozábamos con las bromas que el Topo Gigio le hacía a ‘Braulito’ Castillo y la andanzas de la familia Robinson en ‘Perdidos en el espacio’… una semana antes que los amigos que no habían tenido nuestra suerte.
Y como olvidar esa rarísima transmisión especial -la primera en vivo vía satélite- de la llegada del hombre a la luna: recuerdo el segundo piso de mi casa repleto de familiares que habían llegado de Santa y otros pueblos cercanos para ser “testigos” de tan histórico evento. Allí, pequeñito y boquiabierto, sentado en el piso en medio de esa multitud que ocupaba el diminuto living y se desparramaba por la escalera que llegaba al tercer piso, pude ver en nuestro inmenso televisor ‘Andrea’ la imagen brillante de Armstrong, recortada contra la insondable oscuridad del espacio, brincar fuera del ‘Aguila’ mientras la voz emocionada de los miembros del panel a cargo de la transmisión retumbaba en el ansioso silencio contándonos que el gringo ese había dicho que era un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la Humanidad… en medio de aplausos eufóricos del respetable.
Y no sólo porque siento que difícilmente llegaré a los señeros 80 de mi viejito (que ruego a Dios sean 50,000) sino porque, como Vallejo, creo que jamás tendré la firmeza, el aplomo y la seguridad de mi padre en el cumplimiento de su “misión”, la seguridad sin resquicios de duda y casi dictatorial con la que nos dominaba a todos sus hijos con una sola mirada y nos ponía a temblar, sentados a la mesa, con un leve rictus de sus labios. No, yo no. Yo, que me juego a los ‘chaplines’ y a las ‘ganadas’ en el Nintendo Wii con ese par de ‘chinitos/gringos’ preciosos que son mis hijos, para quienes debo ser algo así como su ‘punching ball’ favorito, no. Ni hablar.
Y conmigo, siento que toda mi generación: todos esos chiqui – viejos, esos niños grandes que o acabamos de cruzar el umbral de los cuarenta o estamos a punto de hacerlo y somos estos papás “melosazos” y llorones, que por cualquier cosa agarramos a besos a nuestros hijos y estamos más atentos que ellos para descubrir cual es la última del Universo Marvel o lo que ‘raya’ de la DC Comics, todos esos que a contra corriente de lo que según algunos sería “la” música de “nuestra época”, solapa y sin que nadie nos vea, nos ponemos a cantar a gritos una canción de Panda en el carro o nos sacudimos ante algún reggaetón de moda.
Es que es diferente nuestra generación: hemos vivido etapas de grandes cambios, las grandes revoluciones mediáticas y, entonces, sentimos que nada de este mundo moderno nos es ajeno
Mis más antiguos recuerdos, por ejemplo, tienen que ver con la TV, con la candida y pujante televisión en blanco y negro de mi niñez y con “los rollos” que enviaban desde Lima (con comerciales y todo) para su irradiación en Chimbote exactamente una semana después de su transmisión en vivo. Entonces un solo canal emitía su señal en nuestra Ciudad, Panamericana, y la eventualidad de viajar a Lima tenía el ingrediente espectacular de ver televisión “actual”, y mientras nuestras madres disfrutaban los más recientes capítulos de “Simplemente María” o “Los Hermanos Coraje” –que ya contarían a sus amigas en que andaba la cosa al volver a Casa-, nosotros nos gozábamos con las bromas que el Topo Gigio le hacía a ‘Braulito’ Castillo y la andanzas de la familia Robinson en ‘Perdidos en el espacio’… una semana antes que los amigos que no habían tenido nuestra suerte.
Y como olvidar esa rarísima transmisión especial -la primera en vivo vía satélite- de la llegada del hombre a la luna: recuerdo el segundo piso de mi casa repleto de familiares que habían llegado de Santa y otros pueblos cercanos para ser “testigos” de tan histórico evento. Allí, pequeñito y boquiabierto, sentado en el piso en medio de esa multitud que ocupaba el diminuto living y se desparramaba por la escalera que llegaba al tercer piso, pude ver en nuestro inmenso televisor ‘Andrea’ la imagen brillante de Armstrong, recortada contra la insondable oscuridad del espacio, brincar fuera del ‘Aguila’ mientras la voz emocionada de los miembros del panel a cargo de la transmisión retumbaba en el ansioso silencio contándonos que el gringo ese había dicho que era un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la Humanidad… en medio de aplausos eufóricos del respetable.
Y se nos cambió la vida por completo con la llegada de la TV a colores. Recuerdo que nuestro ‘Sony Triniton’, pionero en nuestro barrio de Lince, en Lima (donde ahora vivíamos) era el orgullo de la familia y motivo de reticentes visitas, que esperaban junto a nosotros la esporádica aparición de ese comercial de ‘Cristal’ que provocaba ‘¡Ohhs!’ de admiración y que era lo único que trasmitían a colores, o la emisión de ‘300 Millones’, programa dominical que llegaba vía satélite desde España a todo color y con su respectiva mancha de ‘paracaidistas’ desde la hora del almuerzo.
Y en la radio, conocimos el auge de la AM que fue reemplazada luego por la FM, que primero irradiaba una programación netamente musical y deprimente y luego se volvió el ‘main stream’ radial. Y vimos la caída de los discos de vinilo y los preciosos long plays con sus espectaculares carátulas ante los enredadores cassetes, y luego el declive de estos a favor de los CD’s, que nos juraron que eran súper resistentes, para verlos ahora ceder su lugar al MP3 y los aglutinantes I-pods. Y la música, ¡la música! Yo recuerdo haber asistido muy niño a un “concierto” de los Ángeles Negros en el Cine Premier acompañando a mis hermanas … y la presentación como primicia en alguno de estos programas –omnibus de los sábados, “Perú mil novecientos algo”, de ‘Hola Soledad’ por Rolando La Serie … pero estábamos muy chiquititos para haber gozado esos tiempos, sí lo hicimos, en cambio, con las ‘Parrandas de Panamá’ y los ‘De toque a toque’ con Willy Rendo… épocas de toque de queda con los gobiernos de facto de Velasco y Morales Bermúdez, en los que Radio Reloj te despertaba por las mañanas con el ominoso: “Con Velasco el Perú…”. ¡Ah! Pero todo eso nos lo desquitamos gozando duro en las discotecas en los estertores de los ‘Disco Years’ y luego todos fuimos ‘New Wave’ con The Cure, y los Ramones entre muchísimos otros grupos, entre ellos The Psychedelic Furs, que interpretaban el tema principal de esa peliculaza que entonces sentimos que era 'Pretty in Pink'. ¡Ah, la música! El Soundtrack de la película de mi generación va a tener canciones excelentes de The Police, Queen, Toto y tantísimos grupos... que luego fueron cediendo su lugar a otos de corte más simplón y apresurado, que nos tuvieron a todos pacharaqueando duro, bailando como cojudos la cosa esa del 'Meneito' o viendo ateridos el nacimento y auge del ‘Techno’.
Pero estoy olvidando momentos importantes ¿verdad? Como no mencionar las películas que vimos, la trascendencia que tuvieron en mi generación ‘Grease’ o ‘Fiebre de Sábado por la Noche’, el estreno en cine (¡en el cine ‘Ambassador’ de Lince!) de ‘The song remains the same’ de Led Zepellin o ‘The Wall’ de Pink Floyd … o las bajadas con los ‘patas’ (¡chibolo, caray!) al No-Helden, ese supuesto “Templo” de la música ‘subterránea’ donde las chicas de puro contestatarias que eran no te podían decir que no. Y mi ‘grupo’, mi excelente Banda “J.B.” que “suena mejor cada día” y que el mundo se lo perdió, pues, que lástima… aunque vivirá por siempre dentro de los cuatro chibolos conchudos que hacíamos renegar al pobre tío Sifuentes cada vez que íbamos a alquilarle, resaqueados, esos instrumentos que no teníamos ni la más puta idea de cómo tocar.
Pero tanto devenir, tanta vivencia y tanto cambio también ha dejado su huella negativa en mi generación: casi todos vivimos al amparo del Tioctán y la Hepabionta, el Agarol o el Dulcolax y muchos sufrimos el estrago del colesterol alto o la diabetes. “Es que hemos comido harto ‘Chizitos’”, me dice alguien. Tiene razón. “Es que antes de nosotros la gente no se malograba tanto” me dice otro y también le creo: sobre todo cuando recuerdo nuestras derrapadas por ‘La Cárcel’ o ‘La Resaca’ en Surquillo y los pavorosos “una y una” que preparábamos en casa, es decir, una botella de ron ‘Cartavio’ mezclada con una botella de gaseosa ¡familiar! … ¡no ves que antes no existía la de ‘litro’!
Y allí vamos, allí va mi gente: viejos en nuestras vivencias pero amarrados de pico y patas a esta modernidad que hemos propiciado y parido… y con más pilas para vivirla que el conejito de ‘Duracell’… ¡Si yo también tenía mi máscara de ‘Darth Vader’ en el colegio!
Por eso, cuando en alguna Discoteca o, paradójicamente, en una de esas fiestas con música ‘de los 80’s’, algún mocoso faltoso, con los bríos y la desfachatez que le da la juventud, pretende adueñarse de todo y descalificar a la gente de mi generación que quiere disfrutar esa música que le hace hervir la sangre, provoca decirle: “Hazte a un lado, chibolo, que este tema es mío… y más respeto con mi generación, compadre: que nosotros al menos ya vimos a la Selección en un Mundial… ¡y dos veces seguidas todavía!”.